En 2023, apenas tres años después de que llegué a la Isla de El Hierro, tuvimos que tomar la decisión de qué hacer con una vivienda de los años 60 que había sido diseñada y construida por mi suegro, arquitecto técnico que también diseño muchas otras casitas en la zona, viviendas de verano sencillas, con un denominador común, con los ojos de buey y el recuerdo de barco en muchas de ellas. Había que decidir si la vendíamos o si, como era mi deseo, la conservábamos y rehabilitábamos por completo, con la idea de destinarla primero que nada a nosotros mismos, a Casita de fin de semana, y, luego, también, cuando no estuviera ocupada, a Vivienda Vacacional.
La Casita estaba muy deteriorada, no había sido reformada desde que se construyó, por lo que se requería una reforma integral. Tardamos casi dos años en terminarla. Mi marido siempre cuenta que esa Casita fue el regalo de su padre a su madre cuando se casaron y que había sido construida, con bloques de jable y agua de mar, uno a uno, elaborados por su abuelo. Así que una de los recuerdos que me resulta más memorable es recordar ahora cómo, durante meses, mi marido, que no había trabajado en la construcción, por él mismo, fue rehabilitando la Casita. Semanas enteras lijando con una radial la superficie exterior e interior de los antiguos y arenosos bloques, subido a una escalera, y envuelto en una nube de polvo. Por las noches, veía vídeos de youtube, y cuando no sabía cómo hacer llamaba a Guillermo Morales, un albañil minucioso y detallista, para que le ayudara y le enseñara cómo hacer. Al final hizo por él mismo casi toda la albañilería, la fontanería, y la electricidad, excepto la carpintería que hizo finalmente Ciro y otro Guillermo que tienen una carpintería en Guarazoca.
Teníamos claro que queríamos conservar y recuperar el espíritu original de una Casita de los años 60, que había ido desapareciendo a lo largo de los años. Así que pasamos muchos días buscando en internet mobiliario original de la época, y poco a poco lo fuimos comprando, pieza a pieza, y cuando no encontrábamos el original terminábamos por comprar una réplica. Una de mis alegrías fue cuando encontramos unas sillas Cesca, del diseñador Marcel Breuer, y las recuperamos, para meses después tapizarlas con unas telas originales de los años 80, quedaron preciosas, muy luminosas sobre el suelo original amarillo de baldosa hidráulica.
Algunas tardes fuimos al Tamaduste, y entre escombros, comimos en la terraza. Recuerdo especialmente cuando nuestra querida amiga Luzma apareció con una cesta de comida, un mantel, servilletas, platos y cubiertos, e improvisó una cazuela de pescado. ¡Maravilloso recuerdo!
Primero hicimos la Casita II, la de 2 dormitorios, y luego la Casita I, de 1 solo dormitorio. Originalmente la Casita era la parte de delante, la que tiene vista al mar, y, un año después rehabilitamos la parte trasera, que da a las montañas, y que es mi preferida, por la intimidad y la espectacular presencia del Jorado rojo.
Disfrutamos mucho con este proceso, y aun hoy seguimos introduciendo mejoras. Hemos levantado un muro de 20 metros de largo hecho con piedra para ganar privacidad con el edificio vecino. Hemos instalado aire acondicionado por conductos en las dos casitas, lo que fue una lucha por evitar los cassettes y no tener un volumen colgado en los paredes. Y sobre todo hemos ido trabajando en el jardín que poco a poco va creciendo y haciendo una masa verde con volúmenes.
Queremos mucho a la Casita a 60 Pasos del Mar. Es recuerdo, es memoría de la familia de mi marido, pero sobre todo, es un tributo humilde y cariñoso a su padre, a su abuelo, a aquella década en que el Tamaduste era tan solo un pueblo de mudada más, donde no había luz, no había agua corriente, tan solo aljibes, y donde los tres meses de verano se vivían con la libertad de los niños y de los adolescentes, siempre en el mar.
Katharina Braren